viernes, 25 de noviembre de 2011

El resplandor (Stanley Kubrick, 1980)



“No voy a hacerte daño Wendy, solo voy a arrancarte tu jodida cabeza”

El resplandor es un fenómeno. Es la capacidad que tienen dos personas cuando son capaces de hablar de un tema entrelazándolo con otro, la capacidad de hablar sin pausar los labios ni una sola vez. La sensación de resplandecer con las palabras al sujeto y de abordar frases sin pausa, eso es el resplandor. El resplandor de Kubrick es diferente, es una capsula perturbadora en la mente de un sujeto. La locura, el ansia y una mente con un laberinto intrincado en su cabeza.

Sin ir más lejos en la escena del laberinto, la maqueta de este,  tiene numeroso pasillos, pero cuando Jack observa a su familia caminar, se ha vuelto mucho más lioso y agónico. Es cuando sabemos que Danny y Wendy son potencialmente víctimas de la mente perturbadora de Jack.

La novela, que la escribió un mesías de la palabra, Stephen King, está basado directamente en su persona, en cierta manera es su biografía. Sobre un escritor que sufre de insomnio y no contento con la escritura se sumerge en el alcoholismo en el que King desgraciadamente también sumergido sufrió una gran temporada. Las palabras se borran con el alcohol y nubla las ideas. No fue buena idea.

Curiosamente, el final de esta misma escena, donde dice: “Aquí esta Jack”  fue repetida nada más que 157 veces, se convertiría sin duda en una de las escenas más repetidas de la historia del cine. No sé qué puede haber de complicado en esa frase. Si sale sin querer, y con la cara de jodido loco de Jack tiene media escena echa. Quizás sea aun peor la mente de un director que creyó en ayudar a la actriz protagonista insultándola y maltratándola psicológicamente durante el rodaje, lo que la llevo a sentirse insegura y temerosa, tal cual la vemos en la película. Malos métodos con un resultado insuperable.

Cuesta a veces mantener la cordura. Recorrer los pasillos de tu mente, girando en cada apertura hacia un nuevo pasillo y este mismo, te muestra más salidas diferentes, como en un laberinto. Y es que ¿Por qué la mente, lleno de ideas y temores, no puede ser un recto pasillo? Decorado con nuestras paredes y suelos, poner nuestros cuadros, láminas o esculturas al gusto. Subiendo y bajando, caminando por nuestro corredor conocido. ¿A caso no podemos crearlo desde cero? Si, por supuesto que si, pero entonces ya no sería un laberinto. La abrumadora tranquilidad y a la vez perturbadora belleza de nuestro laberinto propio. El poder de buscar o decidir algo en tu pasillo nos hace felices y nos encanta poder volver a buscar nuevas incógnitas, nuevos retos. Nos hace falta la  necesidad de poseer nuestro tiempo hasta encontrarlo y dar con la respuesta exacta, siempre que sea la correcta, a veces pasa, que te pierdes en tu propio laberinto, como en un museo. Y es que hay mentes y mentes. Unos laberintos más complicados que otros. Sea como sea el vuestro, lo importante es tener bien amueblado el pasillo de arriba para enfrentarte, sin temor y con la aspiración de nuevos retos, con el pasillo de aquí abajo.

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